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Los órdenes de la ayuda en al asistencia al suicida

Los órdenes de la ayuda en la asistencia al suicida

 

Basado en las ideas de Bert Hellinger expresadas en su libro Los órdenes de la ayuda y adaptado según nuestra experiencia en la asistencia a personas con ideación suicida.

Los seres humanos vivimos en comunidades. Por naturaleza necesitamos de otras personas así como otros necesitan de nosotros. Tenemos una tendencia a dar y pedir ayuda que está ligada a nuestra supervivencia.

No debe verse a la ayuda como una transferencia de recursos en la que uno pierde lo que otro gana, cuando la ayuda es efectiva, tanto el que recibe como el que da obtienen un beneficio. El que recibe obtiene aquello que necesita y el que da, esa satisfacción de haber podido ayudar con la que nos premia nuestra naturaleza.

Sin embargo, para que la ayuda sea realmente efectiva, y para que nuestras ganas de ayudar y la necesidad del otro no deriven en una frustración mutua debemos respetar ciertas condiciones intrínsecas al acto de ayudar, ciertos órdenes que fueron descriptos por  Bert Hellinger. La observancia de estos órdenes es de especial importancia en la tarea de asistir a una persona con ideación suicida.

Primer orden: Uno solo puede dar lo que tiene y solo recibe lo que necesita:

Nuestras ganas de ayudar pueden llevarnos a querer ayudar siempre, a todas las personas y en todas las circunstancias y, hasta incluso, caer en la ilusión de que podemos hacerlo. Esto no es así y este es el primer límite que debemos aceptar. Debemos admitir por empezar nuestras propias limitaciones humanas, y esto no significa que no debamos prepararnos siempre y contar cada vez con más elementos para poder ayudar mejor a más personas. Querer ayudar por encima de nuestras posibilidades no solo será inútil para quien recibe la ayuda sino que nos llevará a nosotros a la frustración.

Sin embargo, siempre tenemos algo para dar, aunque en alguna circunstancia solo sea la escucha atenta y un tono de voz cálido que muestre interés, comprensión y empatía al consultante. Estas pequeñas cosas pueden ser de vital importancia para una persona con ideación suicida.

Si podemos dar afecto a otra persona es porque en algún momento lo hemos recibido, si podemos escuchar, comprender y acompañar es porque alguien más lo hizo con nosotros. Dar y recibir ayuda no deben entenderse como opuestos sino como dos aspectos de un único proceso. La ayuda fluye en nuestras comunidades y es nuestra forma de compartir todo aquello que nos identifica como humanos.

A su vez, el que recibe la ayuda tiene que estar preparado para recibir lo que nosotros podamos darle. Por empezar tenemos que comprender qué es lo que necesita, que no siempre o casi nunca es lo que pide, ni tampoco lo que a nosotros nos gustaría que reciba. Lo que necesita es siempre aquello que está preparado para recibir en el momento actual de su proceso de recuperación. Casi todas las personas con ideación suicida necesitan ser escuchadas y saber que al menos a alguien le importa lo que les está pasando, muchos pueden necesitar ser valorados, ser comprendidos y ser contenidos, otros pueden necesitar límites, permisos, consejos u orientación.

 

Indefectiblemente y en todos los casos, para saber qué es lo que necesita el consultante necesitamos conocerlo.

La mejor recomendación puede resultar inútil si no es formulada en el momento adecuado. Muchos consultantes llegan a la ideación suicida después de haber sido muy golpeados por la vida, ¿por qué iban a confiar en nosotros? Es frecuente que se pongan a la defensiva. Por eso, en lugar de suponer que un consultante está preparado para recibir una recomendación siempre es mejor comenzar desde el principio e ir despacio. Conocerlo, saber lo qué le pasa, cómo piensa y cómo se siente, pensar con su lógica y reconocer su angustia. Solo después de todo esto, y después de establecer un vínculo de confianza mutua con el consultante, estaremos preparados para saber qué es lo que necesita y él estará preparado para recibir.

Segundo orden: La ayuda debe adaptarse a las circunstancias.

El segundo límite que debemos aceptar es la realidad del consultante, su mundo exterior y su mundo interior. Ante un problema planteado por un consultante nuestra primera reacción puede ser ofrecer una solución basada en nuestras circunstancias, en nuestros recursos y en nuestra forma de ver la vida. Pero, muy probablemente, esa solución no le sirva al consultante que vive en otras circunstancias, con otros recursos y con otra forma de ver la vida. Para poder ayudar a una persona con ideación suicida debemos ser capaces de entrar en su mundo, de conocer sus circunstancias y sus recursos, de pensar con su pensamiento y de sentir junto a él. Solo la ayuda que proviene de este conocimiento y esta cercanía llega a ser verdaderamente efectiva.

Puede suceder que las circunstancias del consultante nos angustien tanto que queramos cambiarlas ignorando las posibilidades reales que tiene el consultante para impulsar ese cambio. Este tipo de ayuda no le sirve al consultante. Pero, aun así, puede suceder que el consultante la acepte, no porque le sirva o la necesite sino porque percibe la angustia de su asistente y pretende ayudarlo aceptando su recomendación para aliviar su angustia. Cuando esto sucede se invierten los órdenes de la ayuda y el consultante termina ayudando a su asistente. Para que esto no suceda debemos proponernos, no solo conocer sino aceptar las circunstancias del consultante para que nuestra asistencia se adapte a ellas.

Tercer orden: La ayuda debe ofrecerse desde el lugar de una persona adulta a otra persona adulta.

Todos fuimos niños y tuvimos padres o alguna figura equivalente. El primer modelo que aprendimos para dar y recibir ayuda es el de un padre (en general, nuestro padre o nuestra madre) dando ayuda a su hijo. Este modelo que implica una marcada asimetría es natural y hasta imprescindible cuando se ayuda a un niño. Pero con consultantes adultos, el lugar de superioridad del que ayuda con respecto al que solicita la ayuda, no solo no respeta la dignidad de la persona que está siendo asistida, sino que suele ser poco efectivo.

El hecho de que el consultante esté circunstancialmente atravesando una crisis emocional con ideación suicida no lo hace en ningún aspecto “inferior” a nosotros, así como nuestra preparación en la tarea de asistir no nos hace en ningún aspecto “superiores” al consultante. Pero aun cuando aceptemos y reconozcamos esto, el consultante, por su estado circunstancial de angustia, confusión o pensamientos suicidas, puede adoptar posturas infantiles buscando indicaciones, renunciando al control y la responsabilidad sobre sus propia vida. No debemos responder a estos posicionamientos adoptando nosotros posturas paternales, por el contrario, deberíamos, desde la escucha, la contención y la reflexión compartida, instar al consultante a asumir su rol adulto.

Cuarto orden: Debemos asistir al consultante como integrante de una comunidad.

Entre todas las circunstancias del consultante, sus relaciones familiares, de amistad, de trabajo o con personas cercanas, incluso con personas ya fallecidas o ausentes, es sin duda la más importante. Tratar de entender al consultante como individuo aislado y separado de su entorno social nos permite entender muy poco y no nos permitirá asistirlo en forma efectiva. Somos en función de los otros, los otros nos definen en nuestras potencialidades y también en nuestros conflictos. No podremos entender el pensamiento suicida prescindiendo de los conflictos de relación.

Quinto orden: La ayuda siempre tiene que estar orientada a la reconciliación.

 

Reconciliarse  es aceptar y perdonar. Aceptar que el otro es como es, que hizo con su vida lo que pudo hacer y que esto no puede ni pudo haber sido de otra manera. Esto no significa que las personas no puedan cambiar, pero cambian siguiendo un proceso que le es propio y no en función de nuestros deseos o necesidades. Cuando uno acepta esto, perdonar es más fácil, porque podremos ver “lo que nos hizo” como una expresión de lo que es él, en lugar de tomarlo como una ofensa personal.

Podemos reconciliarnos con personas, con situaciones y hasta con nosotros mismos, y deberíamos hacerlo, porque la reconciliación siempre y en todos los casos nos traerá paz.

Vemos con mucha frecuencia que los pensamientos suicidas de los consultantes se relacionan con conflictos con otras personas, con situaciones o con ellos mismos. Si esos conflictos se mantienen en el tiempo y en vez de resolverse crecen, generan sentimientos de enojo, resentimiento, culpa e impotencia, pudiendo llegar a la ideación suicida. No debemos negar, ocultar o minimizar estos conflictos ni los sentimientos que producen porque eso sería no aceptar la situación actual. Por el contrario, deberíamos promover el reconocimiento del conflicto y la expresión de los sentimientos que de ellos derivan. Pero siempre sabiendo que este es solo el primer paso y que el objetivo debe ser la reconciliación.

Nos preguntamos hasta donde debemos aceptar y perdonar. ¿Un hijo tiene que reconciliarse con su padre que abusó sexualmente de él?, ¿Una mujer tiene que reconciliarse con su marido que la golpeó y la amenaza?, ¿Un padre tiene que reconciliarse con el asesino de su hijo? Por supuesto que no “tienen que” hacerlo. Reconciliarse o no es parte de la libertad y el derecho del consultante y debemos respetarlo. Por supuesto que puede elegir conservar el enojo, el odio y el resentimiento, pero al hacerlo solo estará multiplicando el daño.

La reconciliación no implica reconstruir la relación en lo cotidiano ni renunciar a nuestro legítimo derecho a pedir justicia a las autoridades. La reconciliación no implica ningún hecho concreto ni tampoco olvidar el daño infringido. Es un proceso interior en el que vaciamos nuestras mochilas de resentimientos para seguir con nuestras vidas más aliviados.

El proceso de reconciliación es un camino personal muy complejo que puede demandar años. Pero tomar consciencia de la necesidad de la reconciliación puede ocurrir en un segundo. Cuando esto ocurre durante la asistencia a una persona con ideación suicida habremos ayudado a dar un primer paso muy importante en su recuperación. Sin embargo, esta toma de consciencia también es personal y debe ser genuina. Nosotros podemos orientar, podemos sugerir, podemos pensar y sentir con el consultante, pero no podemos tomar decisiones por él.

Aquí vuelve a aparecer el primer orden de la ayuda. El consultante ciertamente no necesita que lo forcemos a dar pasos para los que aún no está preparado. Debemos conocer sus recursos y respetar sus tiempos sin perder de vista el objetivo de reconciliar que llegará en el momento que el consultante esté preparado.

Y a la inversa. Hablamos de promover la reconciliación del consultante con las personas y las situaciones con las que se encuentra en conflicto pero, ¿nosotros estamos preparados para aceptar y perdonar a esas personas y esas situaciones? ¿En qué medida no estamos proyectando en ellas conflictos personales no resueltos? No olvidemos que nadie puede dar lo que no tiene, por eso, promover la reconciliación implica también reconciliarnos nosotros con la situación del consultante.

El opuesto de la reconciliación es el conflicto, y este se reconoce por los juicios de valor negativos. Como condición previa para poder ayudar debemos renunciar a nuestra propensión de juzgar a las personas y a las situaciones de acuerdo a nuestro propio sistema de valores. Los valores son útiles para guiar nuestra propia vida y también para saber que personas y situaciones queremos o no incluir en ella. En este sentido un sólido sistema de valores es una herramienta imprescindible en la toma de decisiones. El problema surge cuando pretendemos aplicar nuestro sistema de valores a otras personas y a situaciones ajenas.

 

Por empezar, ¿estamos preparados para aceptar que el consultante, sea cual fuera su historia, siempre hizo lo mejor que pudo en cada situación de su vida, y que por tanto no es “culpable” de su situación actual? Se hace muy difícil promover la reconciliación en el consultante cuando nosotros no estamos reconciliados con él.

El primer paso para promover la reconciliación en cualquier conflicto es que nosotros aceptemos no solo al consultante sino a todo su entorno. Al ponernos en el lugar del consultante no deberíamos asumir sus juicios de valor negativos hacia otras personas. Ese tipo de compasión que se resume en "vos estás bien, son los otros los malos que te hicieron daño” puede brindar cierto alivio al consultante pero no lo ayuda a asumir su parte de responsabilidad en lo ocurrido. Y esto se relaciona con el tercer orden, para empoderar al consultante e instarlo a que recupere la iniciativa y la responsabilidad sobre su propia vida debemos apelar siempre a su aspecto adulto.

 

Aclaración:

Los órdenes de la ayuda que menciona Hellinger no deben entenderse como un protocolo de pautas a cumplir mecánicamente. Muy por el contrario, deben adaptarse a la circunstancia en la que se produce la asistencia a la persona con ideación suicida y a las situaciones que se producen o se exteriorizan durante el desarrollo de la misma. Entrenar la capacidad para percibir y decodificar estas situaciones, muchas veces sutiles o confusas hace a la correcta aplicación de los órdenes propuestos y, en definitiva, a la efectividad de la ayuda.

Si Usted en lo personal piensa que necesita este tipo se ayuda que mencionamos aquí puede llamarnos a nuestra Línea de Asistencia al Suicida.

También puede consultar otros recursos para la prevención en esta misma página.

Centro de Asistencia al Suicida - Buenos Aires

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