La semana pasada en el diario “Clarín” publicaron el testimonio de una niña víctima de Bullying desde los 6 años, que no por repetido deja de ser desgarrador (ver nota).
De hecho, el bullying o acoso escolar es cada vez más frecuente y a edades cada vez más tempranas convirtiéndose en uno de los principales factores de riesgo de la ideación suicida y del comportamiento suicida no solo en la niñez y adolescencia.
Lo más sorprendente de la nota es que los padres de la niña declararon que no sabían que su hija sufre bullying desde hace cuatro años, es decir, que se enteraron junto con otros dos millones y medio de personas al ver el video que su hija publicó en Facebook y luego se viralizó en varias redes. Y esto no lo resalto como un cuestionamiento a esos padres sino como un retrato de la sociedad en que vivimos.
No puedo dejar de preguntarme si los padres de los acosadores sabían que es lo que hacían sus hijos en la escuela, o si los maestros y preceptores nunca vieron nada. Me pregunto también qué ejemplos o qué enseñanzas recibieron estos chicos de unos y de otros. Y tampoco quisiera que se tomen estas preguntas como una acusación, pero sí que nos inviten a reflexionar sobre nuestro rol como adultos en la construcción de una sociedad.
Vemos cada vez más personas desoladas y con problemas para relacionarse al tiempo que aumentan los índices de suicidio. ¿Es esta la sociedad que queremos para nuestros hijos?
No podemos hacer responsables a niños de entre seis y diez. Somos los adultos los que tenemos la posibilidad de impulsar un cambio positivo, y para eso debemos mirar más a nuestros hijos y alumnos, escucharlos, dedicarles tiempo, estar disponibles, enseñarles con la palabra y fundamentalmente con el ejemplo a no discriminar, a relacionarse en armonía con el que es distinto, a valorar la diversidad. Sólo así podremos aspirar a un mundo mejor.
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