Normalmente solemos pensar en las ideas suicidas como un problema individual, relacionado con una patología, una falencia, o algo de la historia personal del otro. Pero cuando nos adentramos en los casos concretos, nos damos cuenta de que siempre las relaciones están presentes. Muchas veces ruidosamente presentes por su ausencia. Somos seres gregarios por lo que necesitamos estar conectados con otras personas mediante vínculos de confianza mutua. Cuando esos vínculos se rompen es difícil sostener la conciencia de propósito o sentido de la vida y los pensamientos suicidas pueden aparecer. Si entendemos esto, ya no veremos al pensamiento suicida como algo que le pasa a él o a ella sino como algo que nos sucede a nosotros. Somos corresponsables: los vínculos de confianza mutua que logramos construir y preservar con nuestros seres queridos no solo nos sostienen a nosotros, también los sostienen a ellos.
Idealmente las personas se suman a esa red de contención desde su primera infancia, con los cuidados y el amor que reciben de sus padres y de otras personas cercanas. Ese primer modelo de relación íntima luego se replica en otras generando una imagen del mundo como un lugar seguro y agradable. Pero, ¿qué pasaría si aquellos con los que aprendimos a confiar nos traicionan o abusan de nosotros? Seguramente no es fácil imaginarlo para alguien que no estuvo en ese lugar y las estadísticas no nos ayudan a entender las profundidades de los dramas individuales.
En el durísimo documental de Netflix, Dime quién soy, dos gemelos, uno de los cuales sufrió un accidente que le provocó amnesia, cuentan la historia de ambos en busca de sus identidades y sus luchas por volver a confiar para reconectarse a esa red de protección que llamamos humanidad.
Desde un relato simple, valiente y descarnado, nos muestran ese otro mundo con sus infiernos personales en donde estuvieron completamente solos, a pesar de su vida social; y el colapso total cuando se rompió la confianza entre ellos y el pensamiento suicida surgió como algo natural. Pero también nos muestran que volver a conectarse es posible; que se puede volver a confiar desde una relación adulta basada en el afecto y la verdad, por más dolorosa que sea. Y que nos necesitamos. Todos nos necesitamos unos a otros para que el mundo y la vida cobren sentido. Por eso, la próxima vez que pensemos en las ideas suicidas de otra persona, sepamos que es un problema de todos.
Las opiniones vertidas en estas notas no necesariamente reflejan posturas oficiales del Centro de Asistencia al Suicida y se publican bajo exclusiva responsabilidad de sus autores.